
Después de 20 minutos andando pisaron por fin la primera calle de Villarrien. Era asombroso, en cuestión de minutos parecía que el tiempo se había calmado, salía el sol y la temperatura era auténticamente primaveral. Marco y Lucas se dispusieron a ir en busca de alguna posada para descansar y reponer fuerzas. Conforme iban adentrándose al pueblo se escuchaban voces de niños corriendo por las calles, gritos de vendedores ambulantes de frutas y verduras, jolgorio en las plazas, risas y carcajadas en todas las esquinas, etc. Se respiraba un ambiente jovial como si de una celebración se tratase. Todo el mundo estaba especialmente contento y animado.
Ya exhaustos, entraron en uno de los bares de la plaza mayor para comer una buena merienda. El tabernero solo sentarse les invitó a probar unos chorizos de la tierra y les propuso un buen surtido de manjares para reponer el hambre. Todos miraban a Marco y Lucas con simpatía, parecía que eran bienvenidos a ese local. Encantados, siguieron probando parte de la gastronomía típica de la región y se unieron a alguna de las conversaciones de las mesas vecinas. Parecía que en ese local todo el mundo estaba especialmente contento. Sólo se escuchaba hablar de anécdotas divertidos en el trabajo, situaciones graciosas a lo largo del día, momentos entrañables en casa, buenos resultados de la jornada deportiva y comentarios sobre noticias positivas en el periódico. Después de dos horas de charla sobre temas laborales, familiares y de la actualidad informativa y deportiva nadie había nombrado ni un solo hecho pesimista o negativo. Lucas, al ver que en un momento dado todos hablaban de fútbol y nadie comentaba la recién derrota de un equipo español, preguntó en alto qué opinaban sobre este hecho los allí presentes. De repente se hizo el silencio y por unos momentos nadie alzó la mirada hasta retomar nuevo tema e ignorar por completo la pregunta de Lucas. Asombrados, los dos protagonistas adoptaron una posición de escucha y pasaron a tomar nota de todos los detalles de las conversaciones que iban transcurriendo. De repente, en televisión apareció un aviso informativo de última hora sobre un nuevo atentado terrorista. El dueño del bar se giró rápidamente dando la espalda al televisor y lo apagó en el acto. Marcos no podía creer lo que estaba viendo, parecía una noticia muy importante. Preguntó al tabernero si podía encender el televisor de nuevo y él le respondió que aquello que le pedía era imposible.
Desconcertados y sin entender nada Lucas y Marco abandonaron el local y se dirigieron al mercado en busca de provisiones para el camino de vuelta. Estaba repleto de gente y todo el mundo sonreía y saludaba amigablemente. Para poder comprar se formaban largas colas pero nadie empujaba ni se quejaba, aquellas personas tan solo sonreían y esperaban pacientemente su turno. Las mujeres mientras decidían sus compras comentaban qué tal les había ido el día. Todas hablaban maravillas de sus hijos y maridos, de sus fantásticas recetas de cocina y de sus logros en el trabajo. ¿ Qué estaba ocurriendo? Porque la gente tan solo sonreía? Parecía que en Villarrien no existían los problemas, todo el mundo era feliz y nadie pronunciaba ni una sola queja.
Cuando terminaron las compras, los dos forasteros buscaron un sitio donde dormir. Allí fue donde conocieron a Jonás, un viejo vendedor ambulante que desde hacía muchos años cada semana iba a Villarien los días de mercado. Jonás, escuchó la conversación que estaban llevando Lucas y Marco y no pudo evitar interrumpirles.
- Perdonad, ¿puedo sentarme con vosotros?
- Por supuesto
- Gracias. He estado escuchado vuestra conversación y me he sentido muy identificado con vosotros. La primera vez que yo llegué a Villarrien tampoco entendía nada. Acostumbrado a que hombres y mujeres me reclamaran dinero, discutieran sobre mi género y alzaran la voz, me encontré con un pueblo en el que nadie se quejaba, todo el mundo compraba tranquilamente y nadie discutía nunca por nada. Vi que trabajar aquí era muy cómodo y decidí venir todas las semanas a partir de ese momento.
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