martes, 27 de noviembre de 2007


Los cuentos del Diván


ATORMENTADO





Era una noche de tormenta, el telenoticias ya había pronosticado fuertes lluvias para el fin de semana, y la verdad es que esta vez había acertado de lleno.
Ese sábado tarde, Andrés decidió quedarse en casa terminando “la maqueta”, un ambicioso proyecto de final de carrera que había acompañado a este joven alicantino días que sabían cuando empezaban pero no cuando terminaban.



A media tarde, Andrés se percató de un pequeño despiste; el día anterior había comprado las tablas de madera que constituirían el tejado de su “eco-edificio”, pero había olvidado los tornillos que aguantarían la placa solar. Quedaba poco tiempo para la entrega, y Andrés decidió acercarse al centro en busca del material. Él vivía a las afueras, en una pequeña urbanización. No era recomendable coger el coche un día de lluvia, y menos estando obligado a conducir por esas carreteras tan estrechas, pero el futuro ingeniero no estaba dispuesto a esperar a lunes para continuar con su obra maestra. Así pues, cogió su mochila, salió de casa, cerró la puerta con llave, se puso la capucha, y corrió hacia el coche para no mojarse. Fue entonces cuando pasó algo extraño; al intentar abrir el maletero, una intensa descarga recorrió hasta el último rincón de su cuerpo. Duró tan sólo segundo y medio, pero la sensación que experimentó fue indescriptible. Andrés no entendía como había sentido ese hormigueo entre sus piernas, ojos, párpados y orejas; se quedó petrificado en medio de la fuerte lluvia y cuando reaccionó, entró rápido al coche antes de coger un buen resfriado. Tal y como había decidido, se dirigió al centro de la ciudad, y entre colas en los grandes almacenes y la caravana de vuelta, regresó muy tarde a casa. Estaba rendido, no podía más. Llevaba toda la semana durmiendo poco y decidió acostarse pronto. A media noche, Andrés se despertó alarmado. Había tenido una terrible pesadilla; en ella, su hermana Elena sufría un accidente. Las imágenes eran aterradoras, Andrés no pudo conciliar el sueño de nuevo, y pasó toda la noche dando vueltas a aquella angustiosa pesadilla.



A la mañana siguiente, llamó alarmado a su hermana. Le advirtió sobre lo que había soñado, le explicó con pelos y señales todos los detalles, y le pidió que tuviera mucho cuidado en la carretera. El chico estaba realmente preocupado por ella, temía que algo fatídico le ocurriera del trayecto de casa al instituto.
Andrés pasó todo el día intentando contactar con Elena. Su móvil respondía con un indeseado buzón de voz, llamó a una de sus compañeras y tampoco respondía, el teléfono del instituto comunicaba continuamente, no había forma posible de saber si realmente Elena estaba a salvo. Ella no regresaría a casa hasta pasadas las 8 de la tarde, Andrés cada vez estaba más nervioso, no podía sufrir ni un minuto más tal larga espera. Finalmente, decidió salir del trabajo y dirigirse al instituto. Él también había estudiado allí y conocía muy bien la distribución de las aulas. Rápidamente subió las escaleras y se dirigió a la clase C de último curso. Pues bien, allí estaba Elena, sentada en su mesa, haciendo un ejercicio de aritmética. Andrés se puso la mano en el pecho, respiró profundamente, y sin decir nada, dio media vuelta, bajó las escaleras, y abandonó el instituto. Andrés no se podía concentrar, estaba aturdido, ¿Cómo había podido llegar a ese estado de preocupación extrema? ¿Qué le estaba ocurriendo?



Llegó la noche, con tanta agitación no había podido avanzar nada en su proyecto, y al estar cansado, decidió ir a dormir y empezar con mejor pie un nuevo día. Esa noche fue aún peor que la anterior. Andrés tuvo otra pesadilla, más intensa y más real. En esta ocasión, su amigo Pablo era el protagonista del nuevo episodio. En el sueño, Andrés veía como Pablo perdía su puesto de trabajo por culpa de las artimañas de un compañero “de confianza”, una víbora que hacía todo lo posible por apartar al “contrincante” de su camino. Con todo ello, Pablo no sólo perdía un trabajo, también perdía a su futura mujer y caía en una terrible depresión. Andrés se despertó asustado, sudoroso, y con el corazón palpitando como una bomba de relojería. Tal y como hizo con su hermana, llamó a Pablo advirtiéndole de las posibles trampas que podía preparar alguno de sus compañeros más cercanos. Pablo estaba a punto de ascender a jefe de departamento, y Andrés aseguraba que alguien haría todo lo posible por impedirlo y hundirle en la más profunda de las miserias. Su amigo no entendía este comportamiento. Él había mantenido alguna discusión con ciertos compañeros, pero simplemente por motivos estrictamente laborales. Estaba a gusto en la empresa, trabajaba duro para ganar ese ascenso, pero la verdad es que lo hacía sin demasiadas preocupaciones. Andrés insistió durante los siguientes siete, diez, quince y veinte días. Día sí y día no soñaba con su amigo, veía como sería su futuro si perdía ese puesto, creía firmemente en la idea de que nunca volvería a ser feliz, y por ello, no cesó de insistir e insistir, hasta el día en que Pablo llamó y le dijo: “¡Felicita al nuevo jefe de departamento!”.
Andrés no podía concentrarse en su proyecto, rendía poco en el trabajo y le resultaba imposible descansar por las noches. Las pesadillas continuaban: una enfermedad degenerativa terminaba con la vida de uno de los miembros de su familia, un robo arrasaba por completo la casa de sus amigos recién casados cuando estos disfrutaban de su luna de miel, su cuñada engañaba a su hermano mayor con otro hombre y llevaba dos vidas paralelas con dos familias distintas, etc. Todos los sueños se convertían en experiencias que perseguían su mente noche y día y le llevaban a una preocupación extrema. Andrés estaba desesperado, no tenía vida, no podía dejar esas pesadillas a un lado. Cada vez rendía menos en el trabajo y su director de proyecto exigía más avances y mejores resultados. Llegó el día en que se reunió con sus superiores. Andrés sabía qué le iban a decir, qué cambios debía hacer, cómo tenía que comportarse a partir de ahora, qué actitud debía tomar en el trabajo...Lo que no se esperaba era que le acompañaran a su despacho y le pidieran que recogiera definitivamente sus cosas. Estaba furioso, se sentía decepcionado consigo mismo, no podía creer lo que le había ocurrido. Con cara triste y abatida, se dirigió a la parada de autobús y se sentó cabizbajo a esperar que el 14 le trajera de nuevo a casa. Entre murmullos y golpes a una de las papeleras, se sentó a su lado un extraño hombre con un abrigo de cuadros verdes y marrones. Su aspecto era algo descuidado, llevaba barba de días y una boina que intentaba disimular el poco pelo canoso que tenía. Aún así, su rostro dibujaba una agradable sonrisa, y su mirada era cálida y amigable. De hecho, la primera impresión que tuvo Andrés al verle, fue que aquel hombre ya lo conocía de antes, su cara le resultaba muy familiar, pero no le dio más importancia y volvió a bajar la cabeza. Al cabo de cinco minutos de silencio y espera, ese extraño individuo le dijo:

- Se como te sientes.
- ¿Perdón?
- Entiendo que te sientas mal y que estés triste, perder el trabajo ha sido un golpe bajo que no te esperabas.
- Pero...Pero ¿quien es usted?
- Ha sido un golpe bajo, pero puede que a partir de hoy medites sobre qué estás haciendo con tu vida.
- ¿Con mi vida? ¿qué sabe usted de mi vida?
- Andrés, tienes que retomar las riendas, no puedes seguir así
- ¿Así como? Pero, un momento, ¿Cómo sabe usted mi nombre?
- Andrés, escucha lo que te digo. Haz frente a ellos, no dejes que ganen esta batalla.
- ¿De quien está hablando?
- Estoy hablando de tus miedos, Debes hacer frente a ellos para poder ser libre y vivir.
- Mire usted, la batalla la van a ganar los terribles sueños que me atormentan noche y día. Llevo mes y medio si descansar, augurando males y enfermedades, viendo situaciones dramáticas que pueden hacer daño a las personas que quiero,...tengo miedo de que realmente ocurra algo y de que yo no pueda hacer nada al respecto.
- Andrés, tu no tienes que hacer nada...no va a ocurrirle nada malo a tu familia, y si fuera así, no serían tus sueños los que lo advirtieran. Las pesadillas no predicen lo que puede ocurrir, simplemente muestran cuales son tus miedos.
- Pero, usted no lo entiende. En los sueños veo a mis familiares y amigos en peligro, las situaciones parecen reales, ¡puede que de alguna manera me estén advirtiendo de algo!
- En tus sueños ves a tus familiares y amigos en peligro porque es algo que temes que te ocurra a ti...Tu eras quien temía tener un accidente con el coche y la lluvia, tu eras quien temía perder el ascenso, tu eres quien tiene miedo a la enfermedad, tu temes que alguien pueda entrar a robar en tu chalet apartado de la civilización, tu temes que tu pareja te engañe y pueda llegar a abandonarte...TUS MIEDOS ESTÁN CONTROLANDO TU VIDA, TIENES QUE HACER FRENTE A ELLOS ANDRÉS.
- ¿Y usted quien es? ¿Cómo me conoce?
- Te conozco muy bien Andrés, yo soy tu consciencia.





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sábado, 17 de noviembre de 2007

TEN PACIENCIA


La paciencia es la aptitud que lleva a los Humanos a poder soportar cualquier contratiempo. Necesitamos la paciencia…

- Para esperar el tren que viene con retraso
- Para aprender algo nuevo
- Para obtener un resultado
- Para recibir el sueldo deseado
- Para tener una respuesta
- Para escuchar
- Para entender al otro
- Para terminar un trabajo
- Para soportar una situación
- Para ser mayor
- Para ganar
- Para lograr aquello que nos proponemos...

Necesitamos paciencia para todo lo que hacemos y, sin embargo, muchas veces nos olvidamos de ella. Puede que entonces nos precipitemos, terminemos algo apresuradamente, estemos agitados y ansiosos, o directamente perdamos los nervios.

Tener paciencia significa saber esperar, y esta es una tarea que muchos de nosotros tiene pendiente. Saber esperar significa entender que existe un proceso para obtener un resultado, y el primer paso para ello es ser consciente de que todo necesita un tiempo y tenemos que aceptar esta realidad. Evidentemente, el tiempo no es matemático, y no siempre sabemos qué magnitud puede alcanzar. Esta incertidumbre es la que verdaderamente impacienta al ser humano, así como la impotencia de perder el control y convertirse en un humilde sirviente del paso de las agujas del reloj.

Las personas nos sentimos seguras al poseer el control de cada uno de nuestros movimientos y de los de nuestro entorno, pero el control total es física y psíquicamente imposible, y por ello esta limitación provoca un exceso de inquietud a la hora de esperar y bailar al son de los contratiempos.

En las relaciones personales, esta inquietud se hace muy notoria: ser paciente a la hora de esperar una respuesta, de entender la forma de actuar del otro, de querer obtener un perdón, de poder perdonar y no guardar rencor, etc. El tiempo para todo ello es totalmente incierto y la impaciencia, muchas veces, nos traiciona.

Cuando la impaciencia se vuelve contra nosotros, es el momento de actuar e impedir que vaya en aumento. El exceso de ansiedad que puede provocar la espera mal aceptada, comúnmente se exterioriza a modo de tensión corporal, cambios de humor, insomnio, pesadillas, etc.

Para prevenir este estado, es importante cambiar de “filosofía” y aprender a autocontrolarse. Afrontar el día a día con calma y tranquilidad, ser consciente de nuestras limitaciones y saber que lo bueno se hace esperar, puede servirnos de gran ayuda. Y es que ya lo dicen: “la paciencia es la madre de la ciencia”, porque en esta vida todo cuesta...Las alegrías, los desengaños, los logros, las penas, descubrirlos y conocer su significado cuesta un tiempo, no podemos prescindir de él.

Así pues, tener paciencia significa afrontar la realidad con racionalidad, saber reaccionar adecuadamente ante cualquier contratiempo, supone pensar antes de actuar, garantiza un aumento de bienestar personal a nivel físico y psíquico, y en definitiva, proporciona calidad de vida.


Vivamos sin contar los minutos, esperemos el momento oportuno, no intentemos ser más rápidos que el propio paso del tiempo...En definitiva, el tiempo "vivido", es el tiempo que sentimos, no el que perdemos esperando lo esperado.







Consulta privada Mª Teresa Mata, psicoterapeuta y fisioterapeuta.


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martes, 6 de noviembre de 2007


UN MES MÁS





Noviembre es lo que podríamos denominar, la frontera psicológica entre el ambiente cálido y el espíritu invernal.


Es el mes de la transición; a las 6 ya es de noche, octubre nos ha borrado el recuerdo de las vacaciones, con el "viruji" cuesta levantarse por la mañana, y sin una taza bien caliente de café con leche aún más. Noviembre es el mes del antes y el después, es una bienvenida a las colchas y nórdicos, a las largas tardes de domingo en casa, a los churros y las castañas, y en definitiva, a una nueva forma de vivir el día a día. El frío nos invita a pasar más horas en el sofá, ir al gimnasio después del trabajo se convierte en todo un mérito (y ya no digamos a primera hora), y por una extraña razón “sobrenatural”, hacer cualquier cosa nos cuesta más. Y es que en noviembre nos gusta ser hogareños, y de hecho, también disfrutamos de ello.

En Noviembre todo cambia; quizás llegan las bajas temperaturas, quizás no, pero la verdad es que este mes, inconscientemente, nos hace coger el abrigo y empezar a pensar dónde pasaremos la noche vieja y cual será el menú de Navidad. Los grandes almacenes se preparan para la operación “compras compulsivas” y nos adelantan sus suculentas ofertas de 2X1 en dulces y marisco congelado. Esta es una guerra psicológica a la que todo usuario se enfrenta: soportar anuncios consecutivos sobre comida, perfumes y juguetes, ver las luces con motivos navideños colgadas un mes y medio antes de las fiestas, vencer la tentación de no comprar el vestido de fin de año ya expuesto en el escaparate del Zara, ... Son pequeños retos que, como consumidores, nos proponemos afrontar, y todo ello por una simple razón: vencer las prenavidades.


Prenavidades, un concepto que se repite cada año y que cada vez se apodera antes de nuestro entorno. Con ellas vivimos la experiencia antes que se de el acontecimiento, y con tanta preparación y presaturación, a veces, ya ni distinguimos el día que realmente estábamos esperando. De todos modos, hay quien disfruta más de este estrés prenavideño que de la festividad en si, ya sea buscando días y días el atuendo perfecto para la ocasión, recolectando cajas de turrones “por si acaso”, cogiendo hora a la peluquería 3 semanas antes, o buscando “el juguete perdido” del niño, momento en que todo padre se convierte en el auténtico Indiana Jones de la Navidad. Sea como sea, las prenavidades tienen bien distraída a la mitad de la población, regalan ilusión a los niños y a los no tan pequeños, y a pesar del descomunal consumismo y el “estrés” que presuponen, hacen de estos meses una época muy particular. De hecho, tan particular como cada una de nuestras vidas, cada uno de nuestros pensamientos y cada uno de nuestros más profundos sentimientos. Por ello, cada uno de nosotros vive las prenavidades a su manera, y esto es lo que realmente las define como algo que, en definitiva, no se puede explicar, sino experimentar.

Así pues, como dice la canción, vivamos este momento "a mi manera", pero no sólo Noviembre, sino todo el resto del año...No olvidemos qué decía el título de este post: UN MES MÁS, ...UN MES MÁS PARA VIVIR A NUESTRA MANERA.




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