miércoles, 13 de junio de 2007

Los cuentos del Diván
Algo más que zapatos




Marisa buscaba trabajo y parecía que la nueva zapatería del barrio le daría una oportunidad.
Un día antes de su inauguración, Agatha, la dueña del negocio, le mostró como había quedado la “boutique”.
El escaparate era increíble. Los zapatos estaban colocados encima de pequeñas plataformas vestidas de terciopelo, mientras una decena de focos los iluminaban como si de estrellas de hollywood se tratasen.
El interior tenía cuidado hasta el último detalle. Cómodos sofás de estilo neomodernista permitirían a los señores clientes relajarse con un sonido instrumental exquisito mientras decidían su compra.

Ya estaba todo a punto. La nueva zapatería abrió sus puertas e invitó a todos los vecinos a una copa de cava para celebrarlo.

Dolores, la dueña de la pescadería de enfrente, entró cinco minutos para buscar algún zapato de vestir para los fines de semana. Agatha observó en ella una mirada triste y apagada. Parecía cansada y su intención era comprar el primer par de zapatos negros que encontrara. Agatha la invitó a sentarse tranquilamente y tomarse la copa de cava como el resto de vecinos. Dolores le comentó que tenía mucho trabajo en la pescadería y que no podía entretenerse demasiado. Su aspecto era descuidado, nunca encontraba tiempo para dedicarse a ella misma. Agatha le aseguró que sabía lo que necesitaba, y le mostró un par de zapatos de ensueño: color rojo, tacón alto, muy atrevidos y con el talón ligeramente destapado. Dolores le respondió que eran preciosos, pero que ella no tenía ninguna oportunidad para llevarlos. Esos zapatos eran ideales para salir al cine, al teatro o a bailar, y hacía tiempo que su marido no le proponía hacer nada de todo eso. Explicó que él siempre llegaba tarde por las noches y que los fines de semana se los pasaba descansando en el sofá. Ella ya había adoptado también una postura parecida y dejaba el salir a divertirse para los jóvenes. Agatha le respondió que ella aún era joven y le aseguró que esos zapatos cambiarían los fines de semana a partir de ahora. “Pruébelos siete días y el martes que viene nos dice el resultado”.

Al cabo de una semana dolores volvió con una sonrisa de oreja a oreja. Explicó que con esos zapatos su marido le había propuesto ir a cenar a un buen restaurante y ver un espectáculo. Se sentía atractiva y bien consigo misma, parecía otra. Dio las gracias a Agatha por aquellos zapatos “milagrosos” que le habían devuelto las ganas de disfrutar.
Marisa, la nueva trabajadora, no podía creerlo. Le preguntó a Agatha qué había ocurrido para que se diera ese cambió y ella le respondió que continuara observando, aún le faltaba mucho por aprender.

Por la exitosa zapatería también pasó Miguel, un joven ingeniero que vivía en una casa a las afueras. Entró cinco minutos antes de cerrar. Se disculpó ir tan tarde y se excusó con su apretada agenda que no le permitía ir a ninguna otra hora. Agatha lo notó muy tenso. Se sentó en la punta del sofá con un pie casi en la calle, para comprar rápido y salir corriendo del local; quería llegar rápido a casa para continuar trabajando con el portátil. Ella le invitó a reposar en aquel cómodo asiento y le preguntó qué hacía cuando llegaba a casa. Él le respondió que preparaba una cena rápida y al mismo tiempo se ponía a trabajar. Algunas veces lo hacía vestido con la ropa del trabajo para no perder tiempo. También le comentó que intentaba terminar lo antes posible para así ir rápido a dormir. Hacía unos meses que padecía migraña y tomaba una medicación para aliviarla, pero ya no sabía qué hacer, los dolores de cabeza persistían.
Agatha le mostró unas zapatillas “antimigraña” que le solucionarían el problema. Eran amplias y muy blandas, el confort que proporcionaban era increíble. El único requisito para que la migraña desapareciera era dejarlas cada día en la entrada de casa. Así lo hizo Miguel, y al cabo de dos semanas volvió a la zapatería encantado. Había dejado las pastillas para los dolores de cabeza, se levantaba cada mañana descansado y con fuerzas para afrontar el día. Dio las gracias a Agatha por haberle devuelto una vida saludable.

Parecía increíble, ¿qué estaba ocurriendo con aquellos clientes?, ¿qué tenían esos zapatos? Marisa seguía sin comprender nada.

Otro de los vecinos, Néstor, residía a una manzana de la zapatería. Los días de Néstor eran todos iguales. Vivía solo en el barrio y trabajaba como traductor desde casa. La monotonía de cada jornada no dejaba rienda suelta a motivarse por nada. Llegó un punto en que solo salía de casa para comprar y hacer algún recado, todo su mundo estaba en las traducciones y su afición por ver documentales de viajes.
Un día fue a comprar el pan y se detuvo en frente del espectacular escaparate del que todo el mundo hablaba. Agatha vio que Néstor se fijaba en unas botas de montaña y le preguntó si era aficionado al senderismo o algún deporte de aventura. Él le respondió que ni mucho menos, su única afición era “escalar montañas” desde el sillón de casa, y bien, de joven sí había hecho alguna excursión con los compañeros de la universidad, pero ahora ya había perdido el contacto con ellos y no se relacionaba con nadie que tuviera aficiones de este tipo. De hecho, a penas se relacionaba con nadie, solo con “amigos virtuales”.
Agatha le animó a llevarse aquellas botas y le aseguró que con ellas compraba el espíritu aventurero que todos estos años había permanecido dormido.
Néstor volvió a la zapatería al cabo de un mes. Había pasado el fin de semana con dos amigos en la montaña y ahora estaban preparando un viaje para el mes de vacaciones. El traductor, ahora de aventuras, dio las gracias a Agatha por haber encontrado una nueva emoción.
Marisa pidió a su jefa una explicación. Quería saber qué tenían esos zapatos que cambiaban la vida de los vecinos.

Agatha le respondió:

“ ¿Recuerdas la Sra Dolores, la pescadera? Ella nunca se arreglaba y cada fin de semana veía a su marido en el sofá sin ganas de hacer nada. Los zapatos rojos de tacón alto eran elegantes y atrevidos y tuvo que conjuntarlos con algún bonito vestido, uno de aquellos que hacía años que no se atrevía a poner. Al mirarse al espejo y verse tan elegante, se peinó, pintó, y propuso a su marido salir a pasear. Él, al verla tan atractiva, entendió que tenían que ir a algún sitio especial y después de una buena cena se animaron a ir al teatro. Lo pasaron en grande y seguramente decidieron repetir este tipo de salidas una vez al mes.

En cuanto a Miguel, el ingeniero con migraña, era un chico que nunca descansaba. Seguramente llegaba a casa y ni tan solo se sacaba los zapatos. Iba directamente a la cocina, preparaba una pizza y se sentaba delante del portátil. Al dejar las zapatillas en frente de la puerta principal, cada día eran lo primero que se encontraba al entrar. La comodidad y el bienestar que le proporcionaban le invitaban a cambiar el traje por el chándal y preparar la cena relajadamente mientras desconectaba un rato del ajetreo del día. Esa desconexión le permitía conciliar el sueño más rápidamente y descansar bien. Las migrañas desaparecieron en el momento que controló los altos niveles de estrés a los que estaba sometido.

Y bien, Néstor, el traductor, necesitaba romper con la monotonía de trabajar en casa. Llegaban los fines de semana y no se animaba a salir ni dedicarse a aquello que parecía que realmente le gustaba: la montaña. Al comprar las botas se decidió a pasear por los alrededores y disfrutó de un buen día de campo. Se animó a conocer dos amigos de internet, también interesados por la naturaleza y el senderismo, y tras quedar con ellos planearon una escapada de fin de semana. La experiencia fue muy gratificante y ahora parece que están planeando un viaje para el verano.

Los zapatos no son “mágicos”, tan solo invitan a decidirse por aquello que uno realmente quiere o necesita. Puede que deseemos algo y tengan que darnos un pequeño empujón para conseguirlo. Los zapatos de esta zapatería intentan acertar y ponerse en el pié que realmente necesita dar un paso.”

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9 Comments:

At 8:44 p. m., Anonymous Anónimo said...

Muy buen relato, me recordó la pelicula "Chocolat" con Juliette Binoche, pelicula bastante recomendable y que tambien transmite este mensaje de animarnos y dar el paso que necesitamos para cambiar nuestras vidas.

Saludos con efecto desde aqui.

 
At 1:13 p. m., Blogger El Divan Digital said...

@ Josh

Cierto, la protagonista de la película de Chocolat intentaba despertar pasiones entre los habitantes de un pequeño pueblo perdido entre las montañas. Sus bombones eran una invitación a la liberación de sentimientos de culpa y represión.

Saludos

 
At 8:04 a. m., Anonymous Anónimo said...

ohh, que bonito y que real es. En esta vida llena de stress, de trabajo interminable, nos olvidamos de disfrutar de las pequeñas cosas que al final son las mas reconfortantes..

besos

 
At 1:18 p. m., Blogger El Divan Digital said...

@ Coco

Bienvenido al Diván Coco.

Cierto, el cuento intenta recordar que no debemos olvidar las "pequeñas" cosas de la vida que tan felices nos hacen...

...Tendríamos que pensar en ellas más a menudo.

Un saludo

 
At 6:29 p. m., Anonymous Anónimo said...

el cuento es precioso, la ilusión de algo casi insignificante para unos, hace que cambie la vida de otros.

un beso desde mi caja.
pandora.

 
At 11:18 p. m., Anonymous Anónimo said...

Te pasaste por mi blog y me dejaste un comentario, quería agradecertelo.

Seguiré leyendo tu blog.
Un saludo :)

 
At 1:55 p. m., Blogger El Divan Digital said...

@ Patry

Bienvenida al Diván Patry.

Llegué casualmente a tu blog y lei un paralelismo de vida que hiciste muy interesante.

Un saludo

 
At 1:56 p. m., Blogger El Divan Digital said...

@ Pandora

Bienvenida al Diván Pandora.

La ilusión de encontrar motivaciones en el día a día es lo que nos ayuda a levantarnos cada mañana

Un saludo

 
At 2:24 p. m., Anonymous Anónimo said...

Solo puedo decir una palabra acerca del cuento que has publicado. GENIAL.
Gracias por la moraleja que encierra el cuento.

 

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